19.6.07

La ilusión del Orden


¿En qué se parece un general a un ingeniero? Pregunta carente de sentido, sin duda. Lo mismo daría incluir en la ecuación a un policía de tránsito o a un koala nacido en cautiverio. Sin embargo, algo une a los generales e ingenieros: los tiempos y sus necesidades, las necesidades y sus tiempos. Seré más claro, hablo de tiempos políticos y de necesidades históricas, y viceversa.
Hace unas décadas, cuando los Estados todavía estaban de moda, se creía que el orden y el eficientismo – al parecer algo muy necesario para vivir en un país serio – debía provenir de aquellos que lo ejercían diariamente, tanto como profesión como forma de vida. Es decir, los militares. Aquellos héroes de la patria siempre dispuestos a morir – y sobre todo, a matar – que conservaban un aura de santidad impoluta, alejados de la demagogia y la politiquería. Aquellos eran hombres de acción, qué joder, y lo que se necesitaba era más acción y menos palabras. Aquel res non verba de Catón el Censor, republicano conservador de derecha avant la lettre, se hacía ecos en los inflamados pechos patriotas que exigían indignados el regreso al Orden, eterna utopía de los que buscan dar la muerte. Los generales pasaron, los muertos quedaron, y al parecer el orden resultó más o menos triunfante, aunque ya se sabe eso de que el precio de la libertad es la eterna vigilancia.
Por una razón o por otra, los militares ya no son dignos de confianza – supongo que el patriotismo devino demodé junto con los Estados -, pero aún así, se sigue buscando el Orden. Hoy nuestros salvadores son tecnócratas, personas que se limitan a barajar números, porcentajes y estadísticas para el bien común…aunque antes del bienestar, un poco de dunga-dunga. Y después del bienestar…bueno, ya se sabe. Lo nuestro es la resaca de un bienestar-placebo, es decir la imitación de la imitación. Miedo, incertidumbre, idas, vueltas, rabia, más miedo. El pueblo quiere saber de qué se trata, y de lo que se trata – adivina adivinador – es del Orden. Ya no hay militares que insuflen nuestro pechos con patriotismo, ni hay técnicos que nos hagan creer en los números – pero que los hay, los hay – entonces, ¿qué hay? Cuando todo parecía perdido, apareció Él, ese Señor canoso, con cara de bueno, un ciudadano decente al que le mataron un hijo esos negros de mierda. Él es – bah, era – Ingeniero. Es decir, es blanco, es bueno, lleva la dudosa virtud de ser víctima de la Delincuencia – esa nueva clase social – y es técnico. El título de Ingeniero venía a llenar el vacío dejado por militares y tecnócratas. La ingeniería ya no era solo para arreglar edificios o hacer planos para chalets, sino que se trataba de reorganizar la sociedad, ponerlo todo en su lugar. En una palabra, el Orden. Se rodeó de amigos del poder – militares, tecnócratas y moscas de esas que siempre andan dando vuelta entre la mierda – y se lanzó con una cruzada que conmovió los corazones de la pequeña burguesía que clamaba mano dura, arrepentida de haber salido a las calles en lo que parece ya un siglo, al lado de los indeseables de siempre. Fue un error, lo admiten, pero ahora está el Ingeniero, él nos salvará. Pero, oh juguetes del destino, el Ingeniero resultó no ser Ingeniero. Es cierto, tenía un papelito en alemán que lo autorizaba a no sé que cosa – y si es alemán, tiene que ser bueno – y tuvo su fábrica y trabajó desde temprano sin ayuda de nadie. Pero no es Ingeniero. ¿Importa que no lo sea? A nivel legal, sí. A nivel percepción política de masas…quién sabe. Lo que se debe resaltar es cómo esta cuestión del título técnico jugó más a nivel simbólico que real. El tipo era Ingeniero, era serio, era bueno. Había que votarlo. Pero mintió. En la política, esos detalles se pagan caro. Y si el-que-era-Ingeniero aparece balbuceando algunas excusas oscuras, vamos mal. Los medios – que son la derecha – están haciendo lo mejor que pueden, pero la cosa está al rojo vivo. Mal momento para revelar estas cosas. Aunque ¿qué mejor momento que un año electoral para revelar estas cosas?
Escribo esto desde Santa Cruz de Tenerife, donde me encuentro con una Rambla General Franco, y me entero que allá en Argentina se ha cerrado la posibilidad de tener una Rambla Ingeniero Blumberg. Pero a no preocuparse, que el Orden siempre encuentra su candidato. Y, extraña coincidencia, al parecer esos candidatos siempre llevan bigote. Las próximas elecciones revelarán hasta que punto el sistema representativo está muerto, hasta qué punto esto es el epílogo de la descomposición de ese sistema. Habrá que estar alertas, no sea que en algunos años sigamos inaugurando ramblas de falsos Mesías, esas que se construyen bajo los huesos de los que pidieron otra cosa distinta del Orden.

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