7.11.06

Karen O.



You shared a cab with Karen O, Oh Ohh Oh Oh Ohh...
"Give Blood", de Brakes




El BUE Fest, si bien se dividió en dos fechas, tuvo su apogeo en la segunda, el sábado 04 de noviembre. El plato fuerte eran Yeah Yeah Yeahs y Daft Punk, y sobre estos estuvo centrada la cobertura de los medios, a menudo fallida y distante, como quien hace trámites con carné de periodista. Lo cierto es que muchas bandas y djs alegraron la noche, que fue verdaderamente una fiesta. No pasó nada de eso que todos esperan que pase, sobre todo teniendo en cuenta que éramos 20.000 personas, con alcohol y drogas a rolete. Mi solitaria perspectiva fue por momentos apesadumbrada por su misma naturaleza, pero lo cierto es que la soledad nunca es absoluta, puesto que siempre que se está solo, se está solo con respecto a alguien más. Será entonces mi objetivo hacer un pequeño ejercicio de análisis sobre mi experiencia, el acontecimiento y algunas otras cosas que surjan por el camino.



La dinámica que recorre este escrito es el de la paradoja, las contradicciones devenidas de la interacción entre la multitud y el capital. El inicio del recorrido por el Club Ciudad de Buenos Aires se iniciaba con el cacheo correspondiente, y el secuestro de toda botella que se encontrase. La intención se nos revelaba poco después: la venta de líquidos, indispensables en una situación donde una está dando vueltas, saltando, bailando y sudando durante 10 horas o más, se hace increíblemente redituable, y de poco sirve quejarse ante la inflada tarifa por dichos servicios. Así, una botellita de agua mineral Dasani estaba en los $6, un vaso de cerveza $5, el speed con vodka $10. El recorrido estaba organizado de tal manera que era inevitable tener cerca un lugar donde expendieran bebidas y/o comidas. Los sólidos eran panchos y hamburguesas, sin más que algún chorro de aderezo (si es que había). Para los más pudientes, se encontraba un bar de sushi, producto cuyo precio se elevaba a $18, y del cual no pude saber qué cantidad se obtenía, pero me suena a todas luces una de esas pretenciosas e irritantes poses pequeño burguesas, que antes que alimentar el estómago están para exponerse como sujeto de lo cool. Llamémoslo anorexia del espíritu. O simplemente pelotudez.



La biopolítica del evento seguía la lógica de una organización basada en el consumo, indudablemente, pero donde el consumo en sí mismo, si bien tiene como todo fin del capital la obtención de ganancias, debe integrar esto a todo un circuito biológico indudablemente más complejo, desde el uso de los baños químicos (descarga de los restos de la mercancía consumida previamente), hasta la multiplicidad de entretenimientos (ocupación continua de los sujetos para su desgaste y origen de la necesidad del consumo). Como se ve, un círculo redituable. Pero, ay de nosotros bestias de carga, ay de ellos mercaderes del hambre y de la sed, existe la música.



Hace su aparición el acontecimiento, aquello inesperado, que no tenía que pasar…pero pasa. El encuentro mismo de los cuerpos, deseado o no, se da en el choque, el roce, la mirada, el entrecruzamiento. Si la potencia siempre es potencia en acto, ese acto era el estar ahí, y hacer del evento algo nuestro, un espacio en el aquí y el ahora donde ni siquiera el capital con su lógica de oropel viniera a conquistarnos. Atención, no es mi descripción una crónica maniquea, donde hay buenos y malos. La paradoja está planteada, pero debe entenderse en toda su ambivalencia: la búsqueda de identidad, de ser y hacer, se mostraba constantemente en estéticas prefabricadas, en códigos digeridos, pero también en hacer de todo aquello algo nuevo, inasible para las banderas de las marcas registradas. La multitud, que como deseaba San Agustín, hablaba todas las lenguas (no todas, pero muchas de ellas), se construía, mas allá de todo intento de cooptación (sed y hambre, hambre y sed), en el deseo. El deseo puede ser convertido en producto, pero el deseo no es el producto cuando se potencia a través de otras formas, en aquello inesperado. Y si he dado todas estas vueltas, era para llegar hasta acá, al grito de Karen O. Ese grito multiplicador que rompió con ese circuito, porque éramos todos y éramos uno, y si pasar por aquel pequeño infierno de poses y logos fue el precio de haber sido conmovido por el rock de Yeah Yeah Yeahs, bien pagado estuvo. Y no me malentiendan: los músicos son irreprochables, pero YYY es definitivamente Karen O. Su propio cuerpo es el espectáculo, y con él ella nos recuerda para qué estamos ahí. Ese salto fue nuestro, y esa mueca, y ese coro desafinado y compartido, y el sudor transportado en nuestras ropas - un intercambio no monetario, no ganancial, sino pura y simplemente somático-. El grito de Karen O nos transportó a otro momento, a otro lugar: habíamos tomado el escenario, y lo que importaba era otra cosa, y ni la sed ni el hambre – que eventualmente siempre se hacen presentes – importaron, y fuimos tanto deseo como pudimos desear, y todos deseamos a Karen O.



La vuelta fue soledad, hambre, sueño y sed, y la melancólica e infinita sensación de habernos quedado ahí para siempre, sabiendo que tenemos que regresar a un lugar donde ella no va a estar. Pero Karen, esa noche te inventamos, y vos nos inventaste, y probablemente no nos volvamos a ver. Pero no importa. Más allá del cementerio de plástico y aluminio que pisaron mis pies, quedaron en mis oídos algunas líneas que cantaste, y sé que fueron para mí. Tu grito Karen, tu grito y el mío, mi grito, fueron uno, y el grito de todos los demás fue mi grito, y mi grito en el de ellos, y en el tuyo Karen. Tu grito, Karen O, tu cuerpo, Karen O, y el nuestro. Cuando miré al cielo vi que las nubes de tormenta habían pasado, y vi que había luna llena. Y tuve que sonreír Karen O, porque ahí estabas vos, porque ahí estaba yo. Y entendí que en ese estar ahí habita la felicidad.


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